Entró en la estación de tren de aquella pequeña ciudad en la que parecía que no había pasado el tiempo, sólo cuatro personas esperaban sentadas en un banco oxidado a escasos metros de la ventanilla, a medida que caminaba sentía más pesados los pasos, se acercó a comprar su billete, un hombre de unos cuarenta y pico estaba tras el cristal, le faltaba pelo y sus arrugas marcaban un rostro trabajado por los años (probablemente la mayor parte de ellos encerrados en aquella oficina con escaparate), pidió un billete, un billete a enero del 95 sólo ida.
Sigue en aquella estación esperando el tren que lo lleve al pasado.