domingo, 9 de febrero de 2014

Fronemofobia


Desde aquí recorro con mis dedos los ángulos obtusos que hace tu piel al posarse sobre tus huesos,
desgraciadamente sólo un suspiro en doce minutos de océano.





jueves, 9 de enero de 2014

Días como hoy

Sin saber como había llegado allí, se encontró en el centro de la vorágine. En ocasiones solía disfrutar de la música que sus dedos dejaban escapar las tardes de invierno. Un "la" y un "mi" se colaron por el quicio de la puerta y abandonaron su acorde sobre la mesilla de noche; aunque él quería componerte el mundo, en cambio, se quedó sentado imaginando cómo éste te compuso a ti. En algún lugar escondido de enero perdió el ritmo de las horas; los minutos se amontonaban en el cajón de tu ropa y los segundos miraban su reloj esperando que volvieras.

Porque hoy más que otros días las palabras se arrinconan en las esquinas de las casas vacías.





 

miércoles, 29 de mayo de 2013

Pasarían dos lustros antes de que pudiera olvidar aquellas manos, las veía como antaño, dibujando figuras en el aire caliente de verano buscando una piedra donde posarse, sus dedos revoloteaban por el cielo y sus muñecas giraban como tiovivos al son de una música, que a riesgo de equivocarme, era Coltrane. Ya no quedaban manos como aquellas, firmes pero dulces, acariciaba el momento para no correr el riesgo de perdérmelo, la brisa azotaba contra las sombrillas de paja y el barco que nos esperaba comenzaba a llenarse de turistas que dejaban la isla.

-Es el momento de irnos-Dije.

Ella se quitó la ropa y se dirigió a la orilla.

-Volveremos nadando.

Cuando me metí el agua había adquirido un tono rojizo, los brillos del ocaso se te reflejaban en el pelo, dos copas de vino eran suficientes para estar abrumado por aquella situación, y también eran lo justo para verte mas guapa que nunca, bailamos, y me pediste que parara el tiempo, pero no pude.

-¿Alguna vez has nadado tanta distancia?- Me preguntó.

Mi "si" tímido contestó la pregunta sola.

Ella empezó a nadar hacia la costa, yo, detrás, sufría sin decir nada, hay que presumir de ser un hombre valiente. Cuando llegamos se me salían los pulmones por la boca y tú me los recogiste con un beso, la tripulación del barco aún seguía en el puerto, rudos marineros de metro ochenta rozando los cuarenta, la noche estaba cayendo y aún estábamos muy lejos del piso de alquiler.

Empezó a llover y nos quedamos allí pasmados mirando el horizonte.

- Cuando sea una anciana quiero vivir frente al mar- Me susurró al oído.

-Ojalá yo también pueda- Pensé.

Las farolas del muelle iluminaban el paseo que nos llevaba hasta el centro del pueblo, un ambiente festivo impregnaba el lugar mezclándose con los olores del alcohol y la buena comida, la noche anterior habíamos cenado en un restaurante cercano y sus ojos buscaban de nuevo esperando repetir plato, pero esta noche no, esta noche tenía preparada una sorpresa.

-¿Cocinas tu?.

Su pregunta tenia sentido después de la última experiencia.

-Claro- Contesté.

No volvió a dirigirme la palabra hasta que entramos por la puerta de casa y me sugirió una ducha, hubiera aceptado de buena gana de no ser porque el espacio reducido de la mampara no podía albergarnos a los dos al mismo tiempo, además, debía pelearme con la cena.

La cocina tenia una barra americana que la dividía con el salón, al fondo aún estaban nuestras maletas, y eso que ya llevábamos allí 2 meses, el piso no era muy grande y en cada rincón se escondía lo que supongo que eran las horteradas preferidas de nuestro casero.

Puse a calentar el agua y me dirigí al baño a realizar mi práctica preferida, contemplarte.

-¿Que haces ahí plantado?.

Me callé y me limité a seguir mirando.

- Serás tonto, anda, ¿no tenias mucho que hacer?.

El agua le resbalaba por la espalda y dibujaba las líneas que cubren todos mis lienzos, el vaho se unió a la fiesta envolviéndote y poniéndome celoso.

-Si, ya voy- Repliqué.

Por un momento pensé en que hubiera sido mejor haber llevado la cena a la isla, pero el repiquetear de la lluvia contra la ventana me recordó la noche de perros que se nos había instalado en medio de agosto sin cruzar palabra.

Cada dia volvemos nadando y nadando nos hicimos viejos, cada tarde me devuelves mis pulmones con un beso y hago como que te preparo la cena, mientras te miro a través del espejo. 



domingo, 26 de mayo de 2013

El chico de la playa


Y estaba allí sentado, con los pies hundidos en la arena, y la cabeza gacha, mirando las olas, no recordaba la última vez que había sentido fuego en el corazón, porque la humedad se cala dentro, como los remordimientos, te llega a los huesos y no te deja dormir, te recuerda los finos hilos de oro que poblaban a quien solías amar, aquellos cabellos que se volvieron cobrizos mientras se apagaba tu sentido común y se daba paso a la locura.

lunes, 1 de octubre de 2012

Sentidos




Esta es la manera que tengo de despertarme en un nuevo mundo, cansado de las cuatro paredes blancas que ambientaban mi habitación, llena de cuadros sin sentido y un montón de sentido sin cuadro para pintarlo.



Ahora toca empezar llenando mi mundo de verde, dejando que crezca la hierba.




domingo, 8 de julio de 2012

Tu cuerda



Recorres una cuerda larga y fina, el viento corre de lado y te hace tambalearte, tus pies, descalzos, intentan amarrarse desmedidamente a las fibras de la cuerda, no debes caer, es el único camino que tienes para salir de ésta, el pulso te tiembla, te cuesta respirar, pero sigues caminando.


Sigues caminando por ese objetivo marcado.


Un objetivo que ni siquiera lo marcaste tú, sino que se te impuso, como meta, como el camino a recorrer.


El: "no salirse de la linea"


Y tras pensarlo, miras abajo, te asustas y vuelves a centrarte en caminar por tu cuerda.


jueves, 5 de julio de 2012

Enero del 95



Entró en la estación de tren de aquella pequeña ciudad en la que parecía que no había pasado el tiempo, sólo cuatro personas esperaban sentadas en un banco oxidado a escasos metros de la ventanilla, a medida que caminaba sentía más pesados los pasos, se acercó a comprar su billete, un hombre de unos cuarenta y pico estaba tras el cristal, le faltaba pelo y sus arrugas marcaban un rostro trabajado por los años (probablemente la mayor parte de ellos encerrados en aquella oficina con escaparate), pidió un billete, un billete a enero del 95 sólo ida.

Sigue en aquella estación esperando el tren que lo lleve al pasado.