miércoles, 29 de mayo de 2013

Pasarían dos lustros antes de que pudiera olvidar aquellas manos, las veía como antaño, dibujando figuras en el aire caliente de verano buscando una piedra donde posarse, sus dedos revoloteaban por el cielo y sus muñecas giraban como tiovivos al son de una música, que a riesgo de equivocarme, era Coltrane. Ya no quedaban manos como aquellas, firmes pero dulces, acariciaba el momento para no correr el riesgo de perdérmelo, la brisa azotaba contra las sombrillas de paja y el barco que nos esperaba comenzaba a llenarse de turistas que dejaban la isla.

-Es el momento de irnos-Dije.

Ella se quitó la ropa y se dirigió a la orilla.

-Volveremos nadando.

Cuando me metí el agua había adquirido un tono rojizo, los brillos del ocaso se te reflejaban en el pelo, dos copas de vino eran suficientes para estar abrumado por aquella situación, y también eran lo justo para verte mas guapa que nunca, bailamos, y me pediste que parara el tiempo, pero no pude.

-¿Alguna vez has nadado tanta distancia?- Me preguntó.

Mi "si" tímido contestó la pregunta sola.

Ella empezó a nadar hacia la costa, yo, detrás, sufría sin decir nada, hay que presumir de ser un hombre valiente. Cuando llegamos se me salían los pulmones por la boca y tú me los recogiste con un beso, la tripulación del barco aún seguía en el puerto, rudos marineros de metro ochenta rozando los cuarenta, la noche estaba cayendo y aún estábamos muy lejos del piso de alquiler.

Empezó a llover y nos quedamos allí pasmados mirando el horizonte.

- Cuando sea una anciana quiero vivir frente al mar- Me susurró al oído.

-Ojalá yo también pueda- Pensé.

Las farolas del muelle iluminaban el paseo que nos llevaba hasta el centro del pueblo, un ambiente festivo impregnaba el lugar mezclándose con los olores del alcohol y la buena comida, la noche anterior habíamos cenado en un restaurante cercano y sus ojos buscaban de nuevo esperando repetir plato, pero esta noche no, esta noche tenía preparada una sorpresa.

-¿Cocinas tu?.

Su pregunta tenia sentido después de la última experiencia.

-Claro- Contesté.

No volvió a dirigirme la palabra hasta que entramos por la puerta de casa y me sugirió una ducha, hubiera aceptado de buena gana de no ser porque el espacio reducido de la mampara no podía albergarnos a los dos al mismo tiempo, además, debía pelearme con la cena.

La cocina tenia una barra americana que la dividía con el salón, al fondo aún estaban nuestras maletas, y eso que ya llevábamos allí 2 meses, el piso no era muy grande y en cada rincón se escondía lo que supongo que eran las horteradas preferidas de nuestro casero.

Puse a calentar el agua y me dirigí al baño a realizar mi práctica preferida, contemplarte.

-¿Que haces ahí plantado?.

Me callé y me limité a seguir mirando.

- Serás tonto, anda, ¿no tenias mucho que hacer?.

El agua le resbalaba por la espalda y dibujaba las líneas que cubren todos mis lienzos, el vaho se unió a la fiesta envolviéndote y poniéndome celoso.

-Si, ya voy- Repliqué.

Por un momento pensé en que hubiera sido mejor haber llevado la cena a la isla, pero el repiquetear de la lluvia contra la ventana me recordó la noche de perros que se nos había instalado en medio de agosto sin cruzar palabra.

Cada dia volvemos nadando y nadando nos hicimos viejos, cada tarde me devuelves mis pulmones con un beso y hago como que te preparo la cena, mientras te miro a través del espejo. 



domingo, 26 de mayo de 2013

El chico de la playa


Y estaba allí sentado, con los pies hundidos en la arena, y la cabeza gacha, mirando las olas, no recordaba la última vez que había sentido fuego en el corazón, porque la humedad se cala dentro, como los remordimientos, te llega a los huesos y no te deja dormir, te recuerda los finos hilos de oro que poblaban a quien solías amar, aquellos cabellos que se volvieron cobrizos mientras se apagaba tu sentido común y se daba paso a la locura.